Muchas grandes casas pertenecientes a la aristocracia local quedan desocupadas cuando sus habitantes se trasladan a la Corte. Algunas pasan a ser ocupadas como viviendas de alquiler.
También las viviendas medianas se subdividen como casas de vecinos, construyéndose en ellas nuevas escaleras para acceso a partes altas o cegándose huecos y galerías para convertirlas en habitaciones, o para ser ocupadas por varias familias. El origen es la necesidad de vivienda que se crea con la emigración masiva de los pueblos y del campo a la ciudad. Es tal la necesidad de vivienda barata que se propicia la construcción de un tipo de edificio parecido a las antiguas posadas, que es el llamado casa o patio de vecinos, corral o casa de muchos, donde se alojan por habitaciones muchas familias.
Este tipo de vivienda suele tener un patio central alargado de so común donde se sitúan los lavaderos, cocinas y aseos generales. Sus ocupantes, precedentes del medio rural, ajardinan estos espacios comunes con macetas particulares que cada vecina cuida y exhibe, consiguiendo con ello suavizar el carácter de acuartelamiento de este tipo de patio.
La vida en un patio de vecinos se movía en unos parámetros ideológicos, sociales y económicos que la diferenciaban notablemente del transcurrir diario en otros espacios arquitectónicos.
En estas viviendas nos encontramos con los llamados «espacios privados» habitaciones o salas, reservados a la vida íntima de la familia. Por otra parte no encontramos los «espacios comunes» y de «uso compartido» patio, lavadero, pozo, galerías, etc. que son utilizados como una extensión de las viviendas, creando importantes espacios de sociabilidad, donde se daba lo que hemos denominado «comunidad de servicios».
También podemos encontrar los «espacios semicomunales» como serían las parcelas del patio que se encontraban enfrente de las viviendas. Estos espacios se utilizan no sólo para sentarse y charlar, sino también para colocar los muebles que no caben en las habitaciones que ocupan.
El patio es un elemento irrenunciable de la calidad de vida que allí se posee. La vida en una casa de vecinos tiene un carácter introvertido, se hace hacia el interior, evitando en lo posible los contagios y contactos con el exterior. La casa no mira hacia la calle, se mira hacia sí misma, a su patio.
Por ello, el patio de la casa de vecindad se transformaba en una gran sala de estar, donde la vida de la familia tenía una gran transparencia, convirtiéndose así estas viviendas de Córdoba en grandes familias que pertenecían a la casa antes que al barrio, pertenecían al corral de Bataneros, a la casa de las Campanas, a la de los Muchos, a la de Paso de la Lagunilla…, dándose una curiosa división entre «ellos», es decir los de fuera y «nosotros» los de dentro.
El patio, era el núcleo central que aglutinaba todas las piezas, recibía la mayoría de los servicios comunes y se convertía en el espacio de la vida comunitaria, centralizando la comunicación interna, ya que organizaba el conjunto de todas las dependencias.
Todos los aspectos positivos y valores que encontramos en los patios, como la solidaridad, la tolerancia, la ayuda mutua, el compartir los sufrimientos…., no son asumidos ya por la última generación que nació en los patios, y que desea salir de allí para vivir una vida moderna más individualista marcada por el confort y lo nuevos medios. Se acentúa así el conflicto generacional, con dos discursos divergentes y enfrentados entre sí: una vida comunitaria donde se pone el énfasis en lo solidario frente a una vida más atomizada, individualista y autónoma, donde se pone el acento en una teórica independencia.
La organización de la vida alrededor de las faenas domésticas se hacía más lenta, más laboriosa, pues la falta de comodidades obligaba a una superación diaria. El aseo personal era laborioso, limpiar el patio y regar las macetas se consideraban tareas pesadas. En el patio cualquier actuación se veía cargada por la pesadez de lo incómodo, de la pobreza.
La vida diaria transcurría de manera similar en casi todos los patios, observándose a lo largo de la jornada sucesivos cuadros que se desarrollaban en las distintas dependencias de las casas, en los que el principal papel lo desempeñaba la mujer.
De invierno a verano estas casa experimentaban una mutación significativa, durante los meses de frío, la actividad de la familia se centraba más en el interior de sus habitaciones. A medida que sube la temperatura el ritmo de las familias pasa a localizarse durante el día en el patio; ya que este se convierte en un elemento de regulación de climática, debido a su contenido de vegetación y la natural respiración del suelo regado crean un ambiente húmedo que favorece las corrientes de aire, constituyendo un útil sistema de mitigar los rigores térmicos del verano cordobés.
Llegaba el momento de sentarse en el patio al frescor de las plantas y el suelo regado. Poco antes de Semana Santa se encalaba el patio y se arreglaban las flores.
Las posibles tensiones entre los vecinos surgían, casi siempre, por el volumen de la radio, así como por los juegos y peleas entre los niños, que ocasionalmente rompían alguna maceta. En otros tiempos era coger la vez en los lavaderos y cocinas. Sin embargo, en los patios siempre había, un espíritu común para lo bueno y lo malo.
En estas casas se daba una relación peculiar que, de alguna forma, implicaba tanto obligaciones como derechos para cada uno de los convecinos del patio en mutua reciprocidad, era una relación casi familiar. Las relaciones estaban especialmente intensificadas, no solo en el aspecto social, al compartir numerosas celebraciones familiares, sino también al intervenir en múltiples cuestiones de carácter material. Todos ellos participaban en un sentimiento de solidaridad, que era uno de los valores fundamentales de vida en vecindad.
En estas casas de vecinos se celebraban todos y cada uno de los acontecimientos y rituales de paso en el ciclo de la vida, tales como bautizos, otorgos y casamientos.
Cuando llegaba Semana Santa era la fiesta de los Júas, muñecos o peleles que se colgaban en las ventanas o balcones, rivalizando los vecinos con los de otras casas del barrio. El Jueves Santo era normal que los moradores de estas casas instalaran altares, que solían cubrirse con telas negras y rojas, sobre las colocaban diversas imágenes, jarrones, flores, lirios del patio y, sobre todo, multitud de velas, destacando siempre en el centro la imagen de algún crucifijo. Entre las celebraciones que acogían los patios no faltaba la Cruz de Mayo.
En 1933 el Ayuntamiento creó el concurso de patios, evento al que el alcalde Antonio Cruz Conde dio un nuevo impulso a partir de 1956.
Es curioso que sean las clases populares, personas de edad en su mayoría, las que mantienen las casas-patio de Córdoba.